lunes, 16 de junio de 2014

IX Nocturna Solidaria Carmona





Cuando se atisba Carmona en el calendario, es que la temporada llega a su fin. Y era algo que el cuerpo y la mente me pedían desde hace semanas. Así que no quería darle más largas a esas sensaciones, y sería allí donde me colgaría el dorsal por última vez esta temporada, que ya está bien.



Al igual que siempre, siete kilómetros, algo menos, con giros, mucho empedrado y pocos metros llanos. Como es habitual, el  plato fuerte la subida al Parador Nacional que vamos, con el paso de los años, sabiendo gestionar. Una carrera en la que me gusta sufrir, pero disfrutar a su vez, en especial de su tercio final. Dónde si has sido hormiguita y no cigarra, te puedes divertir mucho.



La sorpresa es que la disputa de la carrera coincidía con el debut de la selección española de fútbol en el mundial de Brasil, lo que lamentable restó participación entre los atletas y los vecinos echados a la calle para animar. Los que comparecimos fuimos menos, sí, pero valientes. Porque además la temperatura era de órdago, con alerta por ola de calor. Más de 30º antes de salir, casi ná.



Antes de arrancar, con mi primo




Gran aliciente, sin duda, poder saludar en los prolegómenos a uno de mis primos, Jorge, al que estoy aconsejando, en la distancia, en sus entrenamientos. Progresa adecuadamente, y en breve se irá sorprendiendo de sus logros, si hace de la constancia su compañera.



Volviendo al calor, y a la carrera en sí, la temperatura era tal que no empecé a moverme hasta cinco minutos antes del tiro, y en ese lapso de tiempo, hice menos de quinientos metros. Así estaba el panorama. Con éstas, decido salir prudente, amén de que se comienza picando para arriba.



Primera curva y primer recorte masivo, impresionante el descaro del personal. Yo a lo mío. Sé que más de la mitad de los que van por delante, al final, terminarán a mi espalda. Aunque prudente, el primer kilómetro sale rápido, 3’36”, a pesar de la primera subida, el resto es favorable.



Completamos la primera vuelta, de poco más de dos kilómetros, y volvemos a pasar por meta, para hacer ahora la vuelta grande, “la graciosa”. Con certeza es la parte más dura de la prueba, pero la más bella, sin duda, de todas las carreras urbanas en las que he participado. Pasar el arco de “La Puerta de Sevilla”, es una sensación especial, y cuando se vuelve a pasar en bajada, sin vas con hambre y piernas, es aún mejor.


Comienza la guasa


Es este punto el que marca el inicio de la cuesta al Parador, con sus dos curvas que te engañan, ya que crees llegar al final. Este año, como casi todos, subo midiendo esfuerzos, sin pasarme, que luego viene lo mejor - me digo. Arriba, y pese a todo, asfixiado y con el corazón a mil, viene el regalo de la campiña a tus pies. Enorme, llana, infinita. Parece una colcha remendada, con parches en distintos marrones,  otros dorados, por el cereal y otros verdes, por el maíz, con lunares amarillos, de los girasoles. Unos segundos, unos metros, en los que la vista se recrea y parece que el sufrimiento no existe, desaparece.

Todo lo que sube...



Pero al volver la vista al frente, al empedrado, te das cuentas que ahora toca sufrir, pero bajando. En los primeros metros parece que estás aprendiendo a correr. Vienes de subir, con esfuerzo, con zancada corta, y ahora el terreno te pide dar zapatilla. El principal problema es acompasar el paso, y recuperar la respiración, adecuarla. Una vez hecho, vista al frente y a trazar con tiralíneas. Aquí no hay acera, no hay camino, es todo uno. Así que vas los más recto posible. Si bien, es todo un aparente descenso, las piernas te transmiten rápido que también hay pequeñas zonas donde vuelves a ir para arriba. Y el cuádriceps te da un bocado, a modo de aviso.




Con todo
Si has sido capaz de guardar fuerzas, en esta parte te puedes “llevar por delante” a muchos, que pagan el exceso de subir fuerte. En la parte más rápida del descenso sólo me comí a dos o tres atletas, pero sí que me acerqué a un grupo, deslavazado, que a falta de mil quinientos metros, me puse como meta alcanzar. Aún había algún minirepecho para arriba, donde las piernas, que dolían, me decían que a pesar de todo iban más fuertes que los de delante. Y ya en el tramo final eché lo que me quedaba, los últimos metros de la temporada. Así fui pasando atletas y atletas. No fue un sprint, sino un ritmo fuerte sostenido. Si alguien me hubiese sprintado, no habría tenido respuesta. Se me quedaron dos atletas más en el tintero, pero no había más metros.



Me quedo con la sensación de haber disfrutado mucho de la carrera, me dio lo que quería. Terminar rápido, vacío y satisfecho. Y en estas alturas del año no se le pueden pedir peras al olmo. Mejora de más de 30” con respecto a mi última participación (2012). ¡Qué mejor manera de terminar el año atlético!



Ahora unas semanas de asueto, para coger impulso y planificar la próxima temporada, en la que, si quiero mejorar, el esfuerzo será un valor fijo en la ecuación.






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