viernes, 29 de noviembre de 2013

XXIX Media Maratón de Córdoba.

Se da el tiro y salgo descosío, a saco, como jamás creo que haya salido. Doy codazos, empujo, me meto entre los atletas sin miramientos. No quiero perder mucho en el primer kilómetro. Se aproxima la primera curva y tiro por el exterior, está despejado y vuelvo a apretar, pasando a mucha gente, o la que puedo. Nuevo giro a la izquierda y vuelvo al exterior para repetir táctica. Miro al frente y se ve el ligero repecho con una marea de gente subiendo. Por el rabillo del ojo derecho veo al público que aplaude y sin pensarlo un instante salto a la acera y voy por detrás del público. No corto un metro, es más creo que hago alguno extra. Pero la pérdida se ve ampliamente compensada por el número de atletas que logro sobrepasar. Así estuve unos cien metros antes de volver al redil.
 
Se gira a la derecha y por fin se pasa a una avenida amplia en la que se puede “correr”. Pero volvamos un poco atrás o qué os creíais.

Estoy en la salida, pasando frío, con una manguita corta que desecharé segundos antes de la salida para quedarme en tirantas. Metido ahí desde quince minutos antes de la salida, en el cajón general. Sí, porque este año por lo visto había dos cajones preferentes, para los sub1h17m y los sub1h25m. En ese cajón podría, debería estar yo, en el segundo, pero decidí apuntarme con el CA Los Jartibles, para evitar tener que recoger el dorsal el sábado, gracias por la gestión amigos Jartibles, y ni miré reglamento ni nada. Craso error por mi parte. Así que para cuando me enteré de esta circunstancia ya era tarde para acreditar marca y solicitar un dorsal para ese cajón. Aunque lo intenté infructuosamente.

Herramientas de trabajo.
Así que estaba yo allí metido en el cajón, tratando de templar nervios, porque el cuerpo ya estaba frío, con las conversaciones que oía a mi alrededor, que me iban enervando más y más. “Este año a ver si bajo de 1h30m”, escuchaba a mi lado. Por delante, “con 1h59m seré el tío más contento del mundo”. ¡Vaya! Que mi irritación no iba por los atletas en sí ni sus objetivos, el mayor de mis respetos para ellos, sino por el hecho de que sabía que los tendría que pasar a todos y cuanto antes. Además para terminar de rizar el rizo a la organización se le pasó el hecho de instalar un arco de salida. ¡Manda huevos! Sí, algo tan simple como eso. Quizás las primeras cinco filas sí vean la línea de salida pintadita en el suelo, pero los miles de atletas que estábamos detrás no. Así que mis primeros pasos fueron sin poner el crono en marcha.

¿Pero dónde hacerlo? Entonces mirando de reojo al suelo, y aún a trote, vi como unos badenes de plástico azul e imaginé que eran los lectores de chips. Entonces apareció la frase: “Mente fría, ¿qué somos leones o huevones?”. La respuesta fue “¡Leones, leones!”. Y tiré como un bestia a lo Williams Wallace espada en ristre, como ya comenté más arriba

“Mente fría, ¿qué somos leones o huevones?”, me pregunté mil metros después. Pues ahora tocaba ser huevón. Pasado ese primer escollo, para mí importantísimo, ahora tocaba serenar piernas, corazón y cabeza. Sería un poco pretencioso, prepotente tal vez, decir que de aquí al K12 no hay absolutamente nada más que contar, pero la verdad es que aquello parecía un entreno. Iba un pelo más rápido de 3’50”/km, como en mis sesiones de controlados, aunque sabía que el gps me estaba regalando 2-3 segundos con respecto a los puntos kilométricos marcados por la organización, lo tenía en mente.

El año pasado, sobre el K8, en el parque de bomberos, los recordaba a todos ellos aplaudiendo, dando ánimos diciendo algo así como que no quedaba más que la mitad. Y por aquel entonces yo ya iba sufriendo como un perro, tirando la toalla pocos kilómetros después dejándome ir. Sin embargo este año era diferente. Tan diferente que los bomberos no estaban en la puerta, bueno miento había uno, que hablaba con una policía local indicándole que tenían que salir sí o sí. Como un minuto después me pasó primero una patrulla y luego el camión con toda la parafernalia acústica a tope. Las sensaciones eran completamente distintas a las de 2012. Ya digo iba fácil y mentiría si no dijese que me pasó por la mente la opción de tirar, de ir un pelo más rápido. Pero sabía lo que quedaba, esa zona tan puñetera del barrio de El Brillante, que sin ser una super rampa, sí que te podía llevar al traste la carrera.

Antes de esto, en el K10, tuvo lugar un gran momento. Hasta entonces yo iba de manera continuada adelantando a gente y a más gente, a mi rollo, en solitario. No encontré ningún grupo al que acoplarme. Sencillamente llegaba y pasaba, aunque siendo sincero tampoco encontré realmente ningún grupo organizado ni nada por el estilo. El caso es que a esa altura, poco después de hacer el giro de 180º bajo la calzada con su posterior subidita, junto a mi va un atleta. Compartimos como 200m juntos y él rompe el hielo. ¿Qué ritmo llevas? Un pelo por debajo de 3’50”. Vale. Y siguió ahí, así que supongo que le iba bien. Desde ese punto hasta el inicio de la zona durilla, K12 aproximadamente, estuvimos parloteando, se podría decir que incluso animadamente. Lo que me subió más el ánimo si cabe. Ya había pasado el ecuador de la prueba, las piernas iban como si nada, hablaba fluidamente. ¿Qué más se podía pedir? Pues sí había más.

Comenzamos la zona de leve subida y las piernas me dan ese puntillo más para marcar el mismo ritmo que en llano y sin quejarse, incluso insto a la gente a que nos aplauda, esto siempre funciona y la gente nos anima, grita y aplaude. Voy con un subidón tremendo. Me acerco además a chocar la mano de un par de pequeños, me acuerdo de Samuel. Pero aún nos queda lo peor, la subida de poco más de 1K que nos lleva casi al K15. Se hace dura, larga, pero el ritmo va sobre 3’55”, inmejorable. Antonio, que así se llama el chico, va como medio cuerpo detrás de mí. Sufre un pelo. Le animo, le doy palique incluso, maldiciendo a la cuesta y comentando que no la recordaba tan larga.

Llegamos al giro que nos hace ahora descender y el colega toma el relevo de forma inmediata, se lanza. Debo reconocer que me sorprende, pero se ve el K15, con el punto de avituallamiento y repaso el plan que traía bien aprendidito de casa. ¿Ahora que toca?, veamos: echar el resto hasta meta. Pues nada, me voy tras Antonio. Malbebo (¿me acabo de inventar este verbo?) un poco de agua y allá que nos lanzamos en un frenético descenso. Veo en el Garmin que vamos a 3’34”…esto me hace dudar pero es ahora el momento. Este guarismo venía producido por el desnivel, ahora favorable, y por el cambio de ritmo, pero el caso es que al llegar a una zona llama el ritmo seguía siendo inferior a 3’40” y lo mejor es que las piernas tenía ganas de jarana.

Al poco veo una cara, bueno una espalda, conocida a lo lejos. Es Nacho García-Filoso, que quería buscar el ritmo de 3’50”, según me comentó al inicio. Lo alcanzamos con cierta facilidad. Nos saludamos, le animo a unirse a nosotros. Creo que lo hace durante un rato, pero luego veo que ha cedido. Seguimos fuertes, codo con codo. El ritmo no se resiente, aunque seamos honesto vamos picando un pelo para abajo. Sin embargo llega un puente sobre las vías del tren, no es duro pero Antonio cede un par de metros. Me doy cuenta y en la bajada contemporizo un poco para esperarle. Me alcanza, me da un toque en la espalda y me dice con la mirada que tire.

Pasan unos segundos de duda, en los que me hago como un autochequeo. Sería el K18, la respuesta del cuerpo: pa’lo que nos quea en el convento cágate dentro. Así que sigo tirando, ya son pocos atletas los que se ven, todos en hilera. Pero continuo adelantando, las piernas tienen el control. Ya comienzo a sufrir bastante pero no queda nada, me digo. Voy en un raro estado de éxtasis y sufrimiento (lo siento, los no deportistas no entenderán esto).

K18 ligera subida sobre las vías del tren.

K20, último puesto de avituallamiento. Paso de coger agua, pero cuerpo y mente van ya por separados y descoordinados. No quiero coger agua, pero a la altura del último voluntario mi brazo, de manera independiente y unilateral, se alarga y caza una botella. ¿¡Qué cojones!?. Bueno, la abro, le doy un micro sorbo, y la dejo caer, ni la tiro. Giramos a la derecha y embocamos la avenida que comentaba al inicio del relato donde se podía "correr" bien, el viento se vuelve a hacer sentir. Sí, el viento también fue protagonista hoy, pero no le quiero dar mucho bombo, que ya bastante ha tenido en este blog. Estuvo rondando toda la carrera, pero hoy su mayor particularidad fue su carácter gélido más que su fuerza. Pero en el K20 un pedo del de delante ya te puede parecer un huracán. Son unos 400-500 metros duros, me arropo tras un atleta, lo paso, me vuelvo a cobijar tras otro, lo paso… Afortunadamente se gira, unos edificios nos dan abrigo amén de haber un ligero descenso. Aquí ya la fatiga es extrema, ojos achinados, zancada ramplona, boca resoplando como Popeye, pero hay que morir que estamos en los aledaños de la meta.

En meta a lo Raphael.
Justo antes de entrar en el estadio escucho por megafonía “…cuando se va a cumplir la hora veinte de carrera…” Para algunos esto pudo ser un gran mazazo, para mí sin embargo fue motivo de júbilo. Estaba a 200m de meta y se cumplía 1h20m, sabía que lo tenía en las piernas, pero habían sido tantas las competiciones con fracaso…Me hice los últimos 100m con los brazos levantados, celebrando… ¡Qué pasote amigos!

¿Qué decir? MMP en 10 mil hace poco más de un mes, ahora en media maratón, y con la sensación, en ambos casos, de que hay margen de mejora. Pero ahora toca Maratón. Esto es un no parar, y eso es un reto con mayúsculas, que ahora afronto con una moral tremenda y con unas ganas aún mayores. Estoy deseando coger el plan y empezarlo, no digo más.

EPÍLOGO
Tenía ya terminada la crónica, pero han pasado unos días en los que suelo buscar fotos y esta vez, además, me han surgido nuevas ideas. Y versan sobre esos diecinueve segundos que pasaron de la hora y veinte minutos.

¡Qué inconformistas somos! Tras una marca tremenda y con unos seis kilómetros finales de ensueño, uno sin embargo tiene un resquemor en la cabeza que le da vueltas a cómo podría haber limado esos segundos. Tengo claro que la mitad de ellos habrían desaparecido fácilmente de haber salido en uno de los cajones prioritarios. Por otro lado pienso que quizás fui en exceso conservador en los dos primeros tercios de la prueba. Pero amigos, lo vivido del K15 a meta es algo que no lo voy a olvidar en la vida y lo voy a saborear durante mucho tiempo, y de haber tirado antes quizás no lo hubiese disfrutado. Así que me quiten lo bailao que ya habrá tiempo para pensar en rebajar marca. 


jueves, 21 de noviembre de 2013

Córdoba 2013. Le parole sono a zero




Las cartas, como antes de cada competición, están sobre la mesa. Pero esta vez es diferente. Diferente porque creo que nunca he estado tan bien, o por lo menos no lo recuerdo y la certeza que tengo de que voy a bajar la marca es tal que la duda va más por el cuánto la voy a bajar.

Es esa la cuestión que me ronda la cabeza. Siempre te puede salir un mal día, una mala carrera, pero bajar del 1h23m09s de Ayamonte 2012 es algo que ahora mismo veo bastante asequible. Por tanto la presión, o mejor dicho la autopresión, viene más bien por si bajaré de 1h22m, de 1h21 o incluso más. Y es que lo puedo conseguir, los entrenamientos han sido muy buenos y reflejan que acercarse a 1h20m es factible.

Pero siempre afloran los miedos en los días previos a los grandes eventos, y éste para mí lo es. Llevo tres intentos fallidos para batir la marca antes citada, y aunque ahora estoy muy bien, los fracasos anteriores surgen ahora cuales zombis hambrientos. Ayamonte y Almodóvar este año, dónde el viento me castigó a base de bien, y Córdoba el año pasado, dónde las patas no iban desde el inicio, son las que ahora me ponen los pies en el suelo o me lastran, según se mire.

Pese a todo tengo la estrategia clara para el próximo domingo. Y lo escribo aquí para reafirmarme, para grabármelo a fuego y no olvidarlo. Sé que releeré esta entrada varias veces antes del domingo.

El plan es salir a ritmo de 3’50” y llevarlo más o menos sostenido hasta que llegue esa zona de ligera subida que va, aproximadamente, del kilómetro 12 al 15. Ahí no me quiero cebar o incluso asumiría perder segundos. A partir de ese kilómetro, ahora el terreno se vuelve más favorable, será el momento de echar el resto e ir con lo que quede.

Punto clave será esa zona de subida pasado el ecuador de la prueba y sobretodo la salida. Se sale de una buena avenida, pero inmediatamente se produce un embudo al hacer el primer giro a la izquierda. Se podría uno colocar pronto en la salida, sí, pero ya no es sólo que cojas el riesgo de enfriarte sino de algo peor, ya que se espera una temperatura inferior a las 5º. Así que toca asumir que se perderá tiempo, pero como bien me ha aconsejado un amigo, más que perder tiempo lo puedo ver como un primer kilómetro de buen calentamiento y no de “achicharramiento”. Por tanto trataré de no enervarme en exceso con las apreturas y los zigzags que a buen seguro tendré que afrontar.

Así que como dicen los italianos: le parole sono a zero. Todo está dicho.