viernes, 20 de julio de 2012

Torcuato, el "trail-runner" novato.


Cuando Torcuato dio con sus huesos en el suelo, al empecinarse en mirar su Garmin en una zona oscura en la sierra de Galaroza, sabía que su espíritu de atleta urbanita se volvería a topar de bruces con la montaña. A su trayectoria basada únicamente en correr en parques y sobretodo en  asfalto se le unía su torpeza innata, mala combinación cuando decide lanzarse a lo loco por estos montes de Dios.

Pero Torcuato es cabezón, temerario y le gusta tropezar mucho en la misma piedra, aunque al caerse rompa sus molonas gafas de sol. Así que ni corto ni perezoso y aprovechando unas mini vacaciones en Ayamonte, se diseñó, sentado cómodamente en su sillita del trabajo y frente a un ordenador, una ruta trail con mucha cuesta de 14K.
Su inexperto ojo escudriñaba el mapa de Google, su mejor herramienta, viendo senderos y caminos por los que dibujar, a golpe de ratón, una ruta importante, dura y que le sirviese de entrenamiento en esta pretemporada donde su primer objetivo será ir a la Media Maratón de Montaña de Valdigüelo, al inicio de septiembre.

Torcuato madrugó, desayunó y se preparó concienzudamente: cinturón de hidratación con agua “semicongelada” para aguantar el calor, gorra (ya no tenía gafas) y para la vuelta botellón de isotónico y un “patano” (plátano).
Tenía la ruta memorizada en su retina y se puso en marcha. No se desaminó cuando al poco de empezar una señal marcaba que la pendiente iba a llegar al 10% (como los ciclistas en la tele). Pero realmente iba pendiente de un primer giro para cambiar de senda. Afortunadamente acertó y comenzó a recorrer un camino en peores condiciones.

Cuando más contento iba se comenzaron a torcer las cosas. De golpe la senda desaparecía, levantó la mirada y vio que a menos de 100m reaparecía… Cerró un ojo, frunció el ceño y en su mente apareció la ruta del Google en la que pudo ver, en la maravillosa vista satélite, que efectivamente había un tramito en el que el carril desaparecía para volver poco después. Sonrió, cerró la ventana mental y continuó a lo suyo, sin saber que lo peor estaba por llegar.
A los pocos cientos de metros empieza a escuchar unos ladridos incesantes cuando se acerca a una rampa corta pero con mucha pendiente. En lo más alto de la misma aparecen tres canes, dos de los cuales son familiares de mastines. Torcuato echó el freno de mano, no era para menos. Miró alrededor, pero nunca para atrás, y no vio otra alternativa que seguir. Pero los anfitriones que había sobre la cuesta no tenían muy buena cara. Desanimado miró al suelo y vio un palo de generoso grosor. No lo pensó.



Torcuato cogió la mencionada arma rupestre e inició el ascenso con un equilibrio entre decisión y canguelo. Los más sorprendidos fueron los perros, lo verían llegar como uno de “Los caballeros de la mesa cuadrada”, ya que no esperaban que un individuo con mallitas, tirantas y unos “apéndices” fluorescentes a los riñones les sorprendiese entre semana y a esas horas.
Los perros acosaron a distancia a Torcuato el cual subió la cuesta más pendiente de los cuadrúpedos que del camino en sí. Una vez arriba observó una casa. Su cerebro reaccionó rápido, gran sorpresa, y en vez de seguir por la senda que llevaba a la casa hizo un giro de mayor radio para alejarse levemente de la vivienda. Acertó, los perros se dedicaron a seguir ladrando en vez de acosarle una vez vieron que el intruso se alejaba de la casa. Pero el peligro no cesó, ya que uno de los perros le seguía de cerca. Tocaba cara a cara.
Torcuato, corriendo, le enseñaba el palo al perro. Hubo cruce de miradas, parecía un perro joven y juguetón. Así que le decidió lanzar el palo a ver si lo seguía. Mala suerte, el perro parecía más interesado en las posaderas de Torcuato que en el palo. No había su tía y sin pensarlo y de improviso (para el perro) el “trail runner” frenó, racheando el pié a posta, para hacer ruido, y amagó una patada al perro. Éste, sorprendido, se frenó en seco y tomó las de Villa Diego.
Una sonrisa se dibujaba en la faz de Torcuanto que volvía a trote gentil con el sabor de la victoria en sus labios. Pero aún no había terminado la cosa. Con el eco de los perros aún de fondo se topó con que la finca estaba vallada. No había visto ni puerta ni cancela, ¿cómo era que ahora estaba vallado? Como Steve McQueen en La Gran Evasión recorrió la valla buscando una salida. Se topó con el límite de la finca que daba con otra donde había un muro “aderezado” con alambre de espino. 
¿Tendría que volver sobre sus pasos? ¿Enfrentarse otra vez a los perros? No, debía haber alguna alternativa, le decía su McGiver interior.  Escudriñó la cerca, la cual era muy endeble como para soportar su peso y dada su torpeza daría con su cuerpo, otra vez, en el suelo. Sin embargo, en una esquinilla había un trozo de valla que estaba reparada con otra verde de plástico, tipo jardín. Torcuato trasteo un poco y vio la posibilidad de reptar por ahí (dices tú de mili).
Debía actuar rápido. Los perros aún ladraban y si le pillaban en la operación no sabía que podría pasar. Lanzó por encima del cercado el cinturón de hidratación y la gorra. Se lanzó al suelo y levantó la valla para hacerse un hueco. Pasó no sin problemas y con algún arañazo de recuerdo. Pero de nuevo se sentía un corredor “asilvestrao” de categoría.
Se recompuso. Se quitó tierra de hombros y piernas. Se puso su cinturón de hidratación tras echar un trago y retomó la ruta por un sendero amplio y de buena calidad que transcurría entre jaras y pinos. Torcuato se relajó y disfrutó, ahora sí. Muchos cruces se encontró en el camino, pero ya no se separó de ese sendero. Cuando su amado Garmin marcó el K7 dio media vuelta y volvió sobre sus pasos. Obviamente no iba a entrar en la finca de marras, pero tenía en mente que ese carril también le llevaría cerca del punto de partida.
Ya todo fluía. Se sentía bien física y mentalmente, estaba disfrutando del paraje, del entreno. No se había cruzado con nadie, lo que le daba un toque aún más aventurero  a su entreno. Pero aún quedaba algo más por acontecer.
En una bajada siente algo raro en pie. Piensa que ha pisado “una catalina” de una vaca o un caballo. Arrastra el pie para ver si "el regalo" se queda en el suelo pero no. Decide para y ver qué pasa. ¡Inaudito! Una lámina de la amortiguación de su zapatilla se ha medio desprendido. En un primer momento piensa en arrancarla y guardarla para pegarla posteriormente, pero claro, con tanta piedra en el camino alguna se podía clavar en esa zona y dañar el pie. Así que decide continuar con la amortiguación “lengüeteando”  los 3 o 4 últimos kilómetros.
¿Es todo? Sí, es todo, ¿os parece poco? Pero sólo por hoy, seguro que pronto hay más. Saludos traileros.

PD: Al pasar frente a la finca Torcuato dedicó una peineta a sus amigos cánidos.





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